¿Cómo lo aguantas?

- ¿Estás bien, cariño?
- Sí. ¿Y tú?
- Sí.- Pero su voz sonaba extraña, como borboteante.
Tenía la camisa y la corbata cubiertas por una mancha de sangre pegajosa y me disgusté porque era una corbata muy bonita, una de sus preferidas.
- No te preocupes por la corbata -le dije-. Compraremos otra.
- ¿Te duele algo? -me preguntó.
- No. -En aquel momento no sentía nada. La bendita conmoción, la gran protectora, nos ayuda a soportar lo insufrible-. ¿Y a ti?
- Un poco. -Entonces supe que le dolía mucho.


       Oí unas sirenas, cada vez más cerca, hasta que llegaron a nuestro lado y finalmente callaron. "Están aquí por nosotros -me dije-. Nunca pensé que algo así pudiera pasarnos".
Sacaron a Aidan del coche y de pronto nos encontrábamos en la ambulancia. A partir de ahí todo ocurrió muy deprisa. Estábamos en el hospital, cada uno en una camilla, atravesábamos pasillos, y a juzgar por la atención que nos prestaba la gente, éramos las personas más importantes del lugar.


Facilité los detalles de nuestro seguro médico, que recordaba con total claridad, incluso nuestros números de afiliación. Hasta ese momento ignoraba que los supiera. Me pidieron que firmara algo, pero no podía porque tenía la mano y el brazo derecho destrozados. Dijeron que no importaba.


- ¿Cuál es su relación con este paciente? -me preguntaron-. ¿Es usted su esposa? ¿Su amiga?
- Las dos cosas -contestó Aidan con su voz borboteante.


Cuando se lo llevaron al quirófano yo todavía ignoraba que se estaba muriendo.




C.

0 comentarios:

Publicar un comentario